Te traemos una entrevista a la alpinista gallega Chus Lago que se convirtió en la primera mujer española en llegar al Polo Sur en solitario. Cincuenta y nueve días sola en la inmensidad blanca del continente Antártico.
Escrito por Fernando Muñíz
Chus Lago es una soñadora curtida a base de montañas, hielo y disciplina. En 1999 fue la primera española en alcanzar la cumbre del Everest sin oxígeno. En 2004 terminó el proyecto Leopardo de las nieves -coronar los picos más altos de la antigua URSS-, y en enero del 2009 se convirtió en la primera española en alcanzar el Polo Sur en solitario. Detrás de la crudeza de esta hazaña existió otro viaje, más interno y profundo, del que habla en esta entrevista.
>Cómo y en qué momento surge la idea de la expedición al Polo Sur?Al igual que en el Everest y otras expediciones, encaras este viaje en solitario. Qué te aporta la soledad?
-Sobre todo muchísima superación. Es muy emocionante. Adquieres un grado de responsabilidad que raya casi la esquizofrenia, porque como no puedes compartir las decisiones con nadie el grado de responsabilidad es altísimo, y esto hace que la aventura sea muy emocionante. En algún momento puede resultar terrible porque nunca puedes delegar ni cansarte, pero al mismo tiempo es todo muy intenso.
Cómo compaginas el día a día con tus actividades deportivas, con tus sueños y tus retos?
-La verdad es que eso trasciende mucho a tu vida cotidiana. Como siempre he vivido así, porque desde los once años el deporte ha ocupado un gran espacio en mi vida, el resto de tu vida se amolda y hay ciertas cosas que acabas no haciendo. Por ejemplo, no soy una persona que salga con los amigos o vaya al cine por la noche porque tengo que descansar, comer bien, rendir al día siguiente. Te acostumbras a eso. Casi todos los que hacemos estas cosas tenemos un trabajo, rara vez vives exclusivamente de la montaña y eso es un arma de doble filo. Yo siempre he preferido mantener mi autonomía, para no acabar haciendo montaña porque necesitas el dinero, sino porque quieres hacerla. A veces es agobiante porque tienes que dar el cien por cien en tu trabajo y el cien por cien en tu entrenamiento y eso te hace un poquito esclavo de tus objetivos.
Los días previos a una expedición comentas que vas cerrando progresivamente el contacto con tu entorno. Cómo es ese proceso y qué implica?
-Cuando tienes una expedición a tres años vista, la visualizas desde el principio, aunque esté lejos todavía. A medida que se va acercando es como un haz de luz o un túnel que se va estrechando, y no es que no pongas atención en el resto de las cosas pero sí notas que te vas centrando cada vez más en eso. Una expedición es muy exigente, sobre todo una de este tipo, que requiere toda tu concentración. Ni se te ocurre por ejemplo ver la tele una hora porque ya ni te interesa, estás todo el tiempo visualizando el objetivo.
Has realizado un documental sobre tu viaje. En él aseguras que la aventura y la vida cotidiana son dos mundos que no se tocan. Por qué?
-Yo me he dado cuenta de que cuando vuelvo de una expedición y se la cuento a la gente de aquí no soy capaz de transmitirla al cien por cien. No se acaba de entender por qué algo que no te aporta nada económico, que no puedes vender ni te da un reconocimiento inmediato, pueda ser tan importante. Cuando vuelvo tengo que hablar un lenguaje diferente. No es que la gente no te quiera entender ni escuchar, no es eso; sino que tú misma te das cuenta de que vienes de un rango de sensaciones muy alto de intensidad, la pirámide de preferencias y de principios es otra. Así que cuando llegas te amoldas porque sino estarías fuera del sistema. Aprendes a flexibilizarte para estar más o menos en los dos sitios a la vez pero hay una parte, un iceberg, que se queda dentro de ti.
Dejas atrás tu vida en Vigo, y te desprendes de muchas cosas que te estaban ahogando como la educación, el entorno, el camino que se supone que tienes que recorrer: casarte, tener hijos… Cuándo y cómo llegas a esa conclusión?
-A lo largo de todas las expediciones vas notando que las cosas son complejísimas, complicadísimas, ya antes de llegar a la base de la montaña. Luego llegas y dices «a la mierda, si sólo ha subido una tía aquí arriba o si no ha subido ninguna, será porque no ha venido». Por un lado tienes que intentar no pensar en eso que te han dicho de que las mujeres no pueden y por otro, también te enfrentas a un proceso educacional muy profundo que se transmite con los ojos y te dice que estás fuera del tiesto, fuera de tiempo y de toda lógica. Coincidió que cuando llegué a la cima del Monte Vinson el 25 de Diciembre de 2004, cumplía cuarenta años. Y recuerdo lo que había escuchado en el último año: «Venga ya, tienes cuarenta y ahora te va a venir la crisis de no sé que…». En cambio, yo me sentía todo lo contrario: mucho mejor mentalmente, con más facilidad para asumir grandes proyectos, más centrada, más segura de mí misma… La verdad, no entendía ese estereotipo, así que cuando llegué a la cima pensé, «da igual que sea la primera española que llega a la Antártida. Me importa una mierda. Lo que me importa es que estoy exactamente donde quiero estar y haciendo lo que quiero hacer». Me di cuenta de que era libre. Era veinticinco de diciembre y no estaba comiendo tarta en mi casa, sino haciendo algo totalmente excéntrico que no servía para nada más que para mí. Y a pesar de que había cincuenta y cuatro grados bajo cero, un frío mortal de esos en los que sólo puedes estar un segundo, tenía una sensación de plenitud total.
Dices que una expedición es como una reencarnación. Has vivido muchas vidas en lo que llevas recorrido?
-Esto se vincula a lo que te decía antes de que son dos mundos que no pueden tocarse. Lo de las reencarnaciones es así; tú sales de aquí y se corta algo. Estás siguiendo una historia en la cual no conoces a la gente que te encuentras, no eres del país al que vas. Estás haciendo cosas totalmente nuevas, aprendiendo nuevas culturas. Es como si entraras en otra vida, en otro mundo distinto y no puedes ir como un turista normal que saca cuatro fotos: «qué bonito es esto», «qué mal huele aquí». Es un viaje mucho más profundo. Hay países en los que te sientes como si retrocedieras doscientos años. Por eso, estás viviendo una historia con un rango de intensidad muy grande, y cuando vuelves te lo traes dentro. Es como si fueras testigo de dos realidades.
>Se podría decir que en cada aventura muere y nace una nueva Chus?